Capacitación de Evangelismo en España
06/07/2023LANZAMIENTO NGE ESPAÑA
06/29/2023“Muchos de los fracasos de la vida son ocasionados por personas que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se dieron por vencidos” Thomas Edison
Estimado compañero evangelista:
¿Alguna vez te has cansado?
¿Alguna vez te has sentido desalentado?
¿Alguna vez has sentido que no tenías nada más para dar?
¿Alguna vez te has sentido vacío?
¿Alguna vez sólo querías dejar todo?
Tal vez yo sea mucho más débil que tú, pero no puedo decirte cuántas veces quise tirar la toalla y decir que terminé. Lo dejo. No puedo seguir. No me queda nada para dar. Ya sea por luchas financieras, mis propias inseguridades, ataques espirituales a mi familia, tiempo y costo para mi familia, conflictos con el equipo, ausencia de resultados, o simplemente por la culpa de mis propios pecados con los que lucho a diario. A veces quiero abandonarlo todo.
Siendo ministro por tanto tiempo, te cansas de la locura y largas horas de trabajo, de los viajes, de compararte con el éxito de los demás, de la falta de apoyo de la iglesia, de sentirte solo, de sentirte incomprendido, de estar abrumado y casi paralizado por toda la oscuridad que visualizas mientras escuchas las historias de las personas día tras día. Entonces sí, no ha pasado un año, ni siquiera seis meses, ni siquiera un par de meses en el ámbito de mis 37 años de ministerio en los que no haya querido renunciar.
Algunas temporadas son semanales, otras casi diarias. Debo admitir que incluso he redactado cartas de renuncia. Muchas veces me sentí como el paralítico que fue llevado a Jesús por sus amigos (Marcos 2:1-12). Siempre me imagino a esos cuatro muchachos, tomando protagonismo aquél día. Son las personas que te llevan cuando no puedes llevarte a ti mismo. Personas que oran por ti cuando no puedes orar por ti mismo. Puedo decir que he tenido un “grupo protagónico de cuatro amigos” a lo largo de muchas temporadas difíciles, además de muchos otros para ayudarme cuando no puedo hacerlo yo mismo.
Después de ser evangelista durante 37 años, algunos años atrás, experimenté una temporada en la que quería dejarlo todo como nunca antes. En poco más de un año, experimenté las pruebas de pérdida y dolor en proporciones indescriptibles. Perdí a dos de mis “cuatro amigos protagonistas” por muertes prematuras. Uno era uno de mis amigos más cercanos y el otro era mi hermano, mentor y pastor. Dios guió a mi tercer amigo principal a acercarse a sus nietos. Todo esto trajo pena, dolor y quebranto a una profundidad que nunca había experimentado. A todo aquello, se le sumaron diez pérdidas más, entre ellas, una pareja cercana. Entre las causas de esas muertes existieron suicidios y cáncer, incluyendo a un amigo de 36 años que falleció por cáncer de garganta.
¿Alguna vez has estado en este lugar? Muchas personas se acercan y, sin embargo, todavía te sientes tan solo. Sólo quieres renunciar, o incluso sabotear el ministerio para no continuar. Sientes que no hay nadie ahí.
Clamé por mí mismo en esa noche oscura de mi alma al Espíritu Santo y le dije: “Te necesito, y necesito que me quites este dolor en el que estoy“. En respuesta, todo lo que pude oírle decir fue: “El dolor no se irá“.
Lamentaciones nos dice: “No olvidaré este dolor y amargura en mi alma” (Lamentaciones 3:19-20). Así era exactamente como yo me sentía, pero luego el Espíritu Santo me susurró:
“El dolor no desaparecerá, pero no tienes que dejar que te robe el gozo que te rodea o que te disuada de tu misión”.
¿Y cuál es esa misión? Hechos 20:24 lo dice claramente:
“Sin embargo, considero que mi vida no vale nada para mí, mi único objetivo es terminar la carrera y completar la tarea que el Señor Jesús me ha encomendado: la tarea de dar testimonio de las buenas nuevas de la gracia de Dios” (NVI)
¿He querido rendirme? Sí.
¿Lo haré alguna vez? Nunca
El llamado es demasiado grande. El propósito, una causa inmensamente digna. Incluso en los momentos más oscuros cuando parece que no hay adónde ir, Dios está haciendo mil cosas que no podemos ver, y nunca nos deja ni nos desampara. Entonces, en medio de todo, me aferro a Gálatas 6:8b-9:
“…el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Y no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (NVI).