SOBRE TODO… ¡PERSISTENCIA!
02/25/2020CÓMO TRABAJAR CON UN INTÉRPRETE
02/25/2020Recuerdo vívidamente cuando me encontraba de pie para pronunciar el discurso como consejero estudiantil que aspiraba a ser «Secretario de Asuntos Internos» en la escuela secundaria. Ni yo me identificaba como un potente orador público, ni nadie me veía así (ni siquiera como alguien que tuviera el potencial para serlo). Si me hubieras preguntado cuál sería mi carrera, orador público —y por cierto evangelista— era lo último que tenía en mente.
Transpiraba, temblaba y tartamudeaba mientras avanzaba vacilante por mis apuntes. ¡Y no tenía ningún oponente en la carrera! No tenía nada que perder. Sin embargo, ¡a duras penas pude terminar mi discurso!
Cuando el terror terminó, prometí que jamás volvería a ponerme en una situación así, y durante más de diez años no lo hice. Pero por supuesto, Dios tenía otros planes.
Actualmente, viajo por el mundo como evangelista y le hablo a miles de personas a la vez. Y verdaderamente he llegado a disfrutarlo.
Como cristianos, sabemos que algo inherente a la naturaleza de Dios es usar a personas poco calificadas. A través de la Biblia, vemos una y otra vez cómo Dios se deleita en la oportunidad de ponernos en posiciones incómodas para Su gloria. Procura oportunidades para usar a los inesperados. Acuérdate de Moisés, David, Nehemías, Gedeón o Nicodemo. Todos poco calificados. Todos inesperados. Ninguno de ellos aspiraba a la grandeza a los ojos del Señor y ni siquiera de los hombres.
Moisés se estaba escondiendo del mundo en medio del desierto. David era un pastorcito que se ocupaba del blanco de su honda, no del rumbo de su carrera. Nehemías, Gedeón y Nicodemo realizaban en silencio la tarea que se les había asignado, nada más. Entonces, Dios se apoderó de sus vidas y los llevó en direcciones drásticamente distintas.
Dios hace las cosas de manera diferente… «En cambio, Dios eligió lo que el mundo considera ridículo para avergonzar a los que se creen sabios. Y escogió cosas que no tienen poder para avergonzar a los poderosos» (1 Cor. 1:27).
¿Estoy diciendo que soy un ridículo y que no tengo poder? ¡Sin Cristo, claro que sí! Todos lo somos. No obstante, en Cristo, tú y yo somos poderosos guerreros.
Cuando sentí por primera vez el llamado de Dios para convertirme en un evangelista y predicador, me resistí… bastante enfáticamente por cierto. Al igual que Moisés, no podía creer que Dios quisiera usarme de esa manera. Era absurdo. Simplemente no parecía un buen plan.
Pero a medida que estudié la vida de Moisés, me enfrenté a la parte de la historia que solemos decidir olvidar: Dios amenazó con acabar con la vida de Moisés. Aunque hay mucho por desvelar en el pasaje, esta parte de la historia tuvo un efecto significativo en mi historia de obediencia a mi llamado como evangelista, y debería afectarnos a todos nosotros en cómo nos rendimos ante el Rey.
La autoridad de Dios sobre todos nosotros es clara. Él es el autor y perfeccionador de nuestra fe y de nuestra vida. Y cada uno de nosotros necesita permitirle que nos guíe en la dirección que Él desee. Él está a cargo. No nosotros.
Llevó tiempo, pero comencé a cambiar mi forma de pensar. Comencé a decirle a Dios:
«Abre tú las puertas. Y tú ciérralas. Yo seré obediente».
Y vaya sorpresa, eso fue exactamente lo que hizo.
Actualmente, acepto con gozo el llamado de Dios para mi vida. Tengo el privilegio de proclamar Su buena noticia a las masas alrededor del mundo. Y las puertas abiertas no paran de abrirse. Desde Estados Unidos hasta el Reino Unido. Desde Sudáfrica hasta Brasil. Desde la Costa de Marfil hasta China. Desde el Caribe hasta Europa del Este. Dios me ha dado el privilegio de conducir campañas evangelizadoras de proporciones masivas e históricas.
Aún tiene sus desafíos, pero es uno de los mayores gozos en mi vida. Y debería servir como recordatorio para todos nosotros.
Podemos caminar confiados en obediencia porque Dios conoce los deseos de nuestro corazón (Salmo 37:4). Él nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos (Romanos 8:27). Él sabe que todo lo que es bueno, todo regalo perfecto proviene de Él (Santiago 1:17). Aunque Satanás y el pecado vienen a robar y destruir, Jesús vino para que podamos tener vida, y vida abundante (Juan 10:10).
Dios no es un aguafiestas. Es Aquel que nos prodiga la mayor felicidad cuando decidimos seguirlo.
Mi padre, Luis Palau, ha vivido esta verdad. Desde su juventud como evangelista callejero en Argentina hasta el día de hoy mientras se somete al tratamiento de quimioterapia por un cáncer de pulmón de estadio IV, él toma cada día como una oportunidad única para aprender a confiar en Dios y para escucharlo una vez más, recordando el llamado de Dios a su vida. Es un poderoso recordatorio para mí y para todos nosotros en el equipo. También debería serlo para ti.
Puedes caminar confiado en tu llamado, sabiendo que lo que Dios tiene preparado es mejor que todo lo que tú hayas planeado jamás.
Cuando me encuentro frente a una multitud, suelo recordar aquel día en la escuela secundaria, en cómo temblaba frente a tan solo un par de cientos de compañeros, sin que hubiera algo en riesgo. ¿Cómo llegué a predicarles a miles el mensaje más importante, el de las buenas nuevas? Solo Dios podría haber provisto lo que necesitaba para cumplir este llamado. Él me trajo a esta clase de ministerio de la misma manera en que te está llamando a ti a tu propio ministerio personal. Tal vez estés pensando como yo lo hice una vez: ¿Dios se ha equivocado? No lo ha hecho. Él proveerá todo lo que necesitas. Simplemente síguelo.
Tu historia puede ser completamente diferente de la mía. Él nos ha llamado a cada uno de nosotros de una manera única. Tal vez tú seas también un predicador. Tal vez seas alguien que envíe. ¿Eres un siervo silencioso? ¿Eres un arrojado hombre o una mujer de negocios? Permite que Dios te guíe con tus dones. Deja que te impulse en la dirección correcta. Y cuando lo haga, avanza con arrojo y gozo.
Lo que debiéramos estar acostumbrados a decir, la frase que debiera acudir con mayor facilidad a nuestra mente tendría que ser: «¡A Dios sea toda la gloria!».