Charles H. Spurgeon, posiblemente el más grande ganador de almas del siglo XIX, cuando apenas tenía cuatro años se sentaba en el escritorio de su abuelo y leía profundos libros de teología bíblica. Su abuelo amaba al Señor Jesús y cuidaba a su nieto, quien absorbía toda la sabiduría del anciano. Charles recibió a Jesús como Salvador cuando tenía catorce años; a los dieciséis ya predicaba el evangelio. ¡Era un adolescente! En realidad, casi un niño todavía. A los diecinueve años pastoreaba una iglesia en Londres, y a los veintidós, su congregación llegaba a 5.000 cada domingo. Pero todo comenzó en su niñez.
Dwight L. Moody, el más grande evangelista norteamericano del siglo XIX, dijo:
Ganar a un adulto para Cristo es ganar tan solo media vida; ganar a un niño es salvar una vida entera
Moody demostró que él creía en ese axioma pues semana tras semana, poco después de haber recibido a Cristo como Salvador, atraía a 3.000 niños de un barrio pobre de Chicago para enseñarles acerca del Buen Pastor. Moody amaba a la niñez y buscó ganar a los niños para Jesús. Creo que por eso Moody también amó a los adultos y supo evangelizarlos.
Creo que los niños pueden nacer de nuevo desde muy tierna edad. Si me preguntan por qué, daría las siguientes razones:
¡Hay pocos estudios mejores para llegar a ser un gran comunicador del evangelio de Jesucristo! Si desea ser un gran y útil predicador del evangelio, comience hoy con los niños.
Alabo constantemente a Dios porque Él me dio el gozo de ganar mis primeras almas para Cristo siendo un muchacho de diecinueve años y trabajando entre niños de ocho a diez años.
En último lugar, yo creo en la evangelización de los niños porque como dice la Escritura: «La justicia engrandece a la nación, pero el pecado es la deshonra de cualquier pueblo» (Proverbios 14:34). Miles de niños que conocen a Jesús producen una nación justa y grande, libre y buena. ¡No hay mejor obra social que traer a los niños a los pies del Cordero!
¡Ganemos a cuántos niños podamos para la vida eterna!